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Los exfoliantes faciales son difíciles de elegir. Porque, como su nombre indica, exfolian la piel: eliminan las células muertas, estimulan la producción de células nuevas... Pero también agreden la piel. Por eso es importante encontrar un producto adaptado a tu tipo de piel (según sea grasa o seca, por ejemplo), pero también evitar optar por una gama demasiado abrasiva.

Un exfoliante suave, calmante e hidratante... o una exfoliación exprés nocturna. Es importante recordar que la exfoliación debe utilizarse junto con la hidratación de la piel, ¡y no todos los días! Se hacen rodar microesferas o perlas sobre la piel para desprender las células muertas, eliminar la suciedad y masajear el rostro en profundidad. Es una operación bastante brutal (aunque indolora) y hay que hidratar bien la piel después, mimándola para que recargue bien las pilas.

Limpia suavemente con un jabón sin jabón, luego aplica una pequeña cantidad y masajea. Masajea lenta y suavemente. Es la acción del masaje la que activará la producción de colágeno y favorecerá una buena circulación sanguínea, garantizando una hidratación profunda de nuestro rostro. Realizado de vez en cuando (y desde luego no todos los días), este tratamiento puntual debería incorporarse a su ritual semanal, o incluso mensual para las pieles más sensibles.

Los resultados son fantásticos: radiante, libre por fin de contaminación y células envejecidas, la piel se tensa y está lista para lucir su mejor aspecto.